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jueves, 31 de diciembre de 2015

LA ALEGRÍA

La alegría es la emoción que aparece cuando interpretamos que suceden las cosas que queremos y como queremos, cuando hemos obtenido algo que deseábamos: logros, reconocimientos, etc. Cuando surge esta emoción el cuerpo está dispuesto para “celebrar”. La magnitud de esta emoción puede surgir desde el “optimismo” hasta el grado superlativo de la “euforia”.

Humberto Maturana dice que cuando las personas están alegres son optimistas y positivas, se acercan a los otros, escuchan con atención, argumentan con claridad, tienen facilidad de reír, disfrutan el vivir. Susana Bloch describe una característica de la cara de alegría como “la boca entreabierta con los pliegues del labio superior tirando hacia el lado y hacia arriba”.

Así como en otras emociones, podemos ver como en la alegría se entrelazan el lenguaje, la emoción y el cuerpo. El lenguaje en las interpretaciones que hacemos para estar alegres, el cuerpo con los gestos y disposiciones corporales propias de la alegría, y la emoción con el tipo de acciones que hacemos y que evidencian una conducta alegre.

La respuesta adecuada (funcional) a la emoción de alegría es el compartirla, contagiarla, irradiarla, etc. La respuesta inadecuada (o disfuncional) a la emoción de la alegría, está relacionada con los excesos en las acciones que se pueden realizar en el grado de euforia y que podrían afectar a otras personas.

Pienso que con una historia real de mi infancia puedo clarificar las características de estas respuestas adecuadas o inadecuadas frente a la alegría. El año 1,969 surgió una alegría general en el Perú, nuestro país por primera vez y por mérito propio se había clasificado para ir a un mundial de fútbol. Por tal razón, se organizó una caravana para recibir en el aeropuerto “Jorge Chávez” a la selección peruana. Recuerdo que en nuestro caso fuimos con mi papá y mi mamá en nuestro auto,  sin embargo, había mucha gente que se dirigía al aeropuerto caminando. Al principio, todo era alegría, los carros tocaban sus bocinas y la gente caminaba, saltaba, alegres, cantando, haciendo barra. Sin embargo, conforme pasaba el tiempo, el ánimo de euforia se fue desbordando, y de pronto, la gente alegre se convirtió en una turba que golpeaba nuestro carro. No percibíamos ya alegría ni entusiasmo, solo percibíamos una agresividad desenfrenada. Por nuestra parte surgió el miedo de que la gente pudiera romper las lunas de nuestro carro y agredirnos. Gracias a Dios pudimos adelantarnos y escapar de la turba.

Como venimos repitiendo, las emociones no son buenas ni malas. Lo importante es la respuesta que le damos a las emociones. Es nuestra responsabilidad aprender a responder de la manera adecuada.

Hasta el lunes en que hablaremos de la emoción de la ternura.