En mi artículo anterior
del día lunes, explicaba que el miedo es la emoción que surge ante nuestra
interpretación de estar frente a una “amenaza” de pérdida de algo valioso para
nosotros, y que nuestros “recursos” para enfrentar dicha amenaza no son
suficientes. Señalaba además, que durante esa emoción nuestro cuerpo presenta
ciertas características que lo disponen para “huir o luchar”. Finalmente, mencionaba
que será la reflexión que hagamos sobre nuestras interpretaciones (y los
juicios detrás de ellas) de los factores que componen el miedo: amenaza y
recursos las que nos ayudarán a dar una respuesta adecuada a nuestra emoción.
Quisiera llamar
vuestra atención sobre la forma en que participan en el proceso de la emoción
del miedo, los tres dominios básicos de nuestro ser y de los cuales hemos
venido hablando en nuestros artículos; me refiero a las “emociones”, el
“cuerpo” y el “lenguaje”. En este caso han podido apreciar como la emoción del
miedo condiciona a nuestro cuerpo a ciertas disposiciones para “huir o luchar”.
Asimismo, han podido notar como las reflexiones que hacemos en el lenguaje nos
permiten razonar acerca de la realidad y magnitud de los juicios que están
detrás de las amenazas que enfrentamos y de los recursos que poseemos para
enfrentarlas; para poder dar una respuesta adecuada (funcional) a la emoción.
En otras palabras, estos tres dominios están relacionados entre sí.
Otro punto que
quisiera mencionar es que las emociones no son ni buenas ni malas. Son las
respuestas adecuadas o inadecuadas que nosotros le damos a las emociones las
que tendrán un significado determinado en nuestras vidas. Por ejemplo, el miedo
es una de las emociones que suele ser condenada socialmente, cuando nos dicen:
“eres un miedoso” ciertamente no es una alabanza. Sin embargo, gracias al miedo
podremos protegernos de los peligros de la vida, y surgirán: los consejos para
situaciones delicadas, carteles que avisan sobre peligros, campañas de
protección frente desastres, etc.
Al miedo como emoción
también podemos verlo en una escala de magnitudes. Desde la más leve que podría
ser la “preocupación” que nos puede servir para planear nuestras acciones y así
evitar resultados no deseados, hasta la máxima que se nos ocurre podría ser el
“pánico”, que suele ser muy peligrosa y causal de muchas tragedias porque deja
muy poca capacidad de reflexión a las personas que caen en él.
Daniel Goleman
recomienda que mediante la reflexión nos ejercitemos en identificar las
situaciones que hacen surgir en nosotros la emoción del miedo. En primer lugar
para conocerlas y estar conscientes de ellas, y en segundo lugar para reflexionar
y desafiar los juicios que están detrás de ellas.
Hasta el lunes en que
hablaremos sobre el “enojo”.