Somos seres que nos gusta
crear expectativas. Por ejemplo: i) si vamos a un espectáculo vamos con la
expectativa de disfrutar una excelente función, ii) si probamos un postre
tenemos la expectativa que esté como a nosotros nos gusta, iii) si vamos a una
reunión de negocios tendremos la expectativa de hacer buenos negocios.
Lo que quizás no estamos muy
conscientes es que cada vez que formulamos una expectativa, automáticamente
estamos creando un riesgo. Claro que sí, el riesgo de que la expectativa que
hemos formulado no se cumpla. Y si la expectativa que hemos creado en nuestra
mente no se cumple, nos sentiremos tristes o enojados.
¿Curioso no?, al crear las
expectativas nosotros mismos estamos creando una posibilidad de estar triste o
enojado. En otras palabras si no creáramos ninguna expectativa en nuestra mente
viviríamos nuestras experiencias y nos entristeceríamos o enojaríamos por
situaciones reales.
Somos también seres que
producimos creencias y juicios. Nuestras creencias y juicios son frutos de
nuestro aprendizaje genético, social e individual. Las creencias y juicios son
útiles porque nos ayudan entre otras cosas a evitar peligros, no cometer
errores, coordinar acciones, etc., etc., etc.
Sin embargo, esas mismas
creencias y juicios pueden estar influyendo para que hagamos o no hagamos
acciones que evitan que logremos los objetivos, metas o resultados que
anhelamos.
A estas alturas del artículo
podríamos llegar a la conclusión que la solución para poder aceptar las cosas
como son, serían por un lado, poder evitar la formulación de expectativas, y por
otro lado, usar adecuadamente nuestras creencias y juicios. Pareciera fácil
llegar a esa conclusión, ¿no?
Claro, a mi criterio fácil
puede ser llegar a esa conclusión lo difícil es como implementarla ¿Por qué?
Porqué la formulación de expectativas y el uso de creencias y juicios lo hemos
aprendido desde que éramos niños, está dentro de nuestro ser y forma parte de
nosotros. Lo que no necesariamente hemos aprendido desde niños es a
reflexionar. Si, así es, a poder hacer un alto en el camino y reflexionar sobre
lo que hacemos y lo que no hacemos en nuestra vida.
Reflexionar es analizar
nuestras expectativas, creencias y juicios como si no fuesen nuestros. Mirarlos
desde fuera de nosotros y retarlos, desafiarlos. Cuestionar los fundamentos que
los validaron y analizar si siguen vigentes o si son realmente los adecuados.
Si no nos enseñaron a reflexionar tendremos que aprenderlo por nuestra cuenta, con
una práctica cotidiana constante, creando primero un hábito y luego una virtud.
Hasta el lunes.