'

jueves, 4 de agosto de 2016

¿QUÉ NOS IMPIDE ACEPTAR LAS COSAS COMO SON?

Somos seres que nos gusta crear expectativas. Por ejemplo: i) si vamos a un espectáculo vamos con la expectativa de disfrutar una excelente función, ii) si probamos un postre tenemos la expectativa que esté como a nosotros nos gusta, iii) si vamos a una reunión de negocios tendremos la expectativa de hacer buenos negocios.

Lo que quizás no estamos muy conscientes es que cada vez que formulamos una expectativa, automáticamente estamos creando un riesgo. Claro que sí, el riesgo de que la expectativa que hemos formulado no se cumpla. Y si la expectativa que hemos creado en nuestra mente no se cumple, nos sentiremos tristes o enojados.

¿Curioso no?, al crear las expectativas nosotros mismos estamos creando una posibilidad de estar triste o enojado. En otras palabras si no creáramos ninguna expectativa en nuestra mente viviríamos nuestras experiencias y nos entristeceríamos o enojaríamos por situaciones reales.

Somos también seres que producimos creencias y juicios. Nuestras creencias y juicios son frutos de nuestro aprendizaje genético, social e individual. Las creencias y juicios son útiles porque nos ayudan entre otras cosas a evitar peligros, no cometer errores, coordinar acciones, etc., etc., etc.

Sin embargo, esas mismas creencias y juicios pueden estar influyendo para que hagamos o no hagamos acciones que evitan que logremos los objetivos, metas o resultados que anhelamos.

A estas alturas del artículo podríamos llegar a la conclusión que la solución para poder aceptar las cosas como son, serían por un lado, poder evitar la formulación de expectativas, y por otro lado, usar adecuadamente nuestras creencias y juicios. Pareciera fácil llegar a esa conclusión, ¿no?

Claro, a mi criterio fácil puede ser llegar a esa conclusión lo difícil es como implementarla ¿Por qué? Porqué la formulación de expectativas y el uso de creencias y juicios lo hemos aprendido desde que éramos niños, está dentro de nuestro ser y forma parte de nosotros. Lo que no necesariamente hemos aprendido desde niños es a reflexionar. Si, así es, a poder hacer un alto en el camino y reflexionar sobre lo que hacemos y lo que no hacemos en nuestra vida.

Reflexionar es analizar nuestras expectativas, creencias y juicios como si no fuesen nuestros. Mirarlos desde fuera de nosotros y retarlos, desafiarlos. Cuestionar los fundamentos que los validaron y analizar si siguen vigentes o si son realmente los adecuados. Si no nos enseñaron a reflexionar tendremos que aprenderlo por nuestra cuenta, con una práctica cotidiana constante, creando primero un hábito y luego una virtud.

Hasta el lunes.