¡Las palabras son poderosas!
Es la única forma como se puede explicar que dos palabras tan pequeñitas como el
“sí” y el “no” puedan tener tanta fuerza. Con cualquiera de esas dos palabras
creamos una nueva realidad, se abren o se cierran un determinado horizonte de
posibilidades de acción.
Cuando decimos sí a algo,
nos estamos comprometiendo a hacer algo. Dame el sí, le dice el novio enamorado
a su damisela. Denme el sí, le dice el político a sus seguidores para contar
con su voto. Confírmame que sí, le dice el vendedor al comprador para poder
atender su pedido, etc., etc., etc.
En todos los ejemplos antes
mencionados el sí implica un compromiso para hacer algo, por eso el sí es una
palabra que debe de ser reflexionada antes de mencionarla. La reflexión hará
que usemos el sí de la manera adecuada. Ni tan exageradamente que nos llenemos
de compromisos que resulten ser imposibles de cumplir, ni tan escasamente que
seamos incapaces de crear nuevas realidades en nuestra vida.
Al decir no a algo, también
estamos haciendo un compromiso, pero en este caso implica no hacer algo. Para
decir no, se necesita un poco más de valor que para decir que sí ¿Por qué?
Porqué el no, está cargado de más prejuicios que el sí. El no suele estar
asociado a lo negativo y el sí a lo positivo. Sin embargo, diciendo que no se
puede apoyar cosas positivas. Por ejemplo si le digo no a la corrupción, no a
las coimas, no a la discriminación, etc., etc., etc.
Lo importante en mi opinión
es estar consciente que ambas palabras el sí y el no implican compromisos y
crean un determinado número de posibilidades de acción. Como dice Humberto
Maturana las palabras no son inocentes. Jesús también decía: “Digan sí cuando es sí,
y no cuando es no; cualquier otra cosa que se le añada, viene del demonio”
(Mateo 5, 37). ¡Tremendas palabras el sí y el no!
Estar conscientes del poder
de esas palabras nos debe hacer responsables de las consecuencias que se pueden
originar cuando las utilizamos. Por ejemplo, nuestra credibilidad dependerá de
cómo las acciones que realizamos o que dejamos de realizar, son o no son
coherentes con los compromisos que hicimos cuando dijimos que sí, o que no.
Quizás un buen ejercicio
sería que cada vez que nos soliciten un sí o un no, hagamos una pausa,
reflexionemos, y luego demos una respuesta. La repetición continua de esa
acción se hará una costumbre, y porque no, también una virtud.
Hasta el jueves.